¿Qué tan anti-mexicano hay que ser para aplaudir la intervención de una potencia extranjera solo porque no te gusta el presidente en turno?
La embestida retórica de Donald Trump contra México no es un capricho. Tampoco es un exabrupto pasajero. Se trata de una estrategia con antecedentes históricos, motivaciones políticas claras y una lógica geopolítica que ha sido constante a lo largo del tiempo. Los ataques del presidente de Estados Unidos no se reducen a simples declaraciones contra el gobierno mexicano actual; van más allá.
Apuntan a un país que, en su narrativa, representa un riesgo descontrolado: un Estado débil ante los cárteles y, en marcada distinción con el nacionalismo de la administración anterior, claramente entregado a una visión globalista y aliado de intereses como BlackRock, el gigante de inversiones que se percibe como opositor al nacionalismo férreo de Trump. Esta construcción no es nueva; responde a un patrón que Estados Unidos ha utilizado históricamente para justificar su injerencia en América Latina, evocando doctrinas como el Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe, que han sustentado su supremacía e intervención desde hace siglos.
No obstante, hay un elemento reciente que marca un punto de inflexión: la designación oficial de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas durante los primeros meses de la administración Trump de 2025. Esta medida no es retórica ni simbólica. Es un paso legal que abre la puerta a la intervención directa bajo el argumento de la seguridad nacional. El marco ya está listo: bastaría una orden ejecutiva para convertir el discurso en acción.
Sin embargo, el problema no radica únicamente en esa designación. El verdadero peligro está en la narrativa incompleta que la acompaña. Los cárteles no son entes autónomos ni nacieron espontáneamente. Operan gracias a un inmenso mercado de consumo en Estados Unidos, a sofisticadas redes de tráfico de armas, a sistemas financieros que permiten el lavado de dinero y, en muchos casos, a la omisión o directa complicidad de agencias estadounidenses.
¿O los mexicanos debemos creernos que un señor que vive en las montañas del norte del país, sin haber terminado la primaria, puede poner a temblar al gobierno mexicano y a uno de los ejércitos más poderosos del mundo como el que representa a Washington?
La Sofisticación del Crimen Organizado
Podríamos, sin exagerar, estamparles un sello de "Hecho en Estados Unidos". Estas organizaciones manejan tecnología avanzada, recursos sustanciales y armamento de alto calibre que superan con creces las capacidades de un capo local. Su sofisticación operativa, redes logísticas y poder financiero apuntan a un respaldo que va mucho más allá de lo que un "simple señor de las montañas" podría controlar.
Para justificar esto, basta recordar episodios como la operación "Rápido y Furioso" (2009-2011), en la que el Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF) permitió que miles de armas fluyeran hacia México, muchas terminando en manos de cárteles y alimentando la violencia. Si bien no fue una operación directa de la CIA o la DEA para armar a los cárteles, sí evidenció una falta de control y la facilidad con la que las armas fluyen desde Estados Unidos hacia estas organizaciones criminales.
Además, recordemos que recientemente México perdió la demanda contra fabricantes de armas estadounidenses que abastecen a los cárteles, un revés que subraya la permisividad legal en Estados Unidos que facilita el armamento de estos grupos. A esto se suma el hecho de que la administración Trump ha castigado a bancos globales como HSBC, Standard Chartered y BNP Paribas con multas millonarias por lavar dinero para el narcotráfico y violar sanciones, demostrando que las redes financieras que sostienen a los cárteles operan a nivel internacional con la complicidad de importantes instituciones bancarias.
Más inquietante aún, la vasta capacidad y el poder operativo de los cárteles, su acceso a inteligencia y sus redes logísticas sugieren un conocimiento y, en ocasiones, una tolerancia estratégica por parte de agencias de inteligencia y seguridad de Estados Unidos. Documentos desclasificados y reportajes de investigación han insinuado la existencia de operaciones encubiertas donde ciertas agencias han permitido el flujo de capitales o incluso el movimiento de drogas como parte de estrategias más amplias para infiltrar redes, financiar aliados o desestabilizar a adversarios, lo que inevitablemente contribuye a la consolidación del poder criminal. Si hay instituciones con información precisa sobre esas redes, son el Departamento de Estado, la CIA, la DEA y el FBI. Su silencio o su actuación selectiva, en este contexto, es, cuanto menos, estratégico y facilitador del problema.
El Guion de la Intervención
Por lo tanto, no se trata solo de una amenaza aislada: se está configurando un escenario de justificación para la intervención. Y ese guion ya lo hemos visto antes. Pensemos en Colombia en los años 80 y 90, con el Plan Colombia como vía de entrada para una injerencia prolongada, donde lo que comenzó como apoyo a la lucha antinarcóticos se transformó en una fuerte presencia militar estadounidense. O en Irak y Afganistán, donde la lucha contra el terrorismo se tradujo en ocupaciones sostenidas. Casos como Siria, Libia y Yemen, que fueron en su momento aliados o puntos de interés estratégico para Estados Unidos, se transformaron en escenarios de conflicto donde los intereses de seguridad de Washington redefinieron su soberanía y los convirtieron en enemigos o territorios hostiles.
¿Es exagerado pensar que México podría seguir ese camino? Tal vez. Pero ignorarlo sería ingenuo. Los paralelismos están ahí. ¿El peor escenario? Que el intervencionismo alcance su punto máximo, llevándonos a un conflicto armado directo en el que terminemos como Gaza frente a Israel, sufriendo ataques masivos y una devastación inmensa por parte de una potencia superior bajo el pretexto de "eliminar al enemigo interno", con la consiguiente pérdida de vidas civiles y la fragmentación territorial.
O que México se "ucranice", es decir, que nos ataquen directamente, nos arrebaten territorio de manera efectiva y seamos transformados en un campo de batalla devastado, disputado por intereses ajenos, como lo es hoy Ucrania frente a Rusia. No se trata de hacer alarmismo: se trata de entender que las condiciones previas para esta catástrofe ya están sobre la mesa.
El Colaboracionismo Interno
Y mientras esto ocurre, algunos sectores internos no solo guardan silencio, sino que lo celebran. El pasado 12 de julio de 2025, en el Hotel Camino Real de Polanco, Ciudad de México, la oposición y empresarios cercanos dieron una cena de bienvenida al embajador de Estados Unidos en México, Ronald Johnson, exboina verde del ejército estadounidense y exagente de la CIA. La trayectoria de Johnson incluye su polémica gestión como embajador en El Salvador (julio de 2019 - enero de 2021), donde fue clave en forjar la gran alianza entre la administración de Donald Trump y el presidente Nayib Bukele, un modelo de mano dura que Washington ve con buenos ojos y que muchos temen pueda replicarse en México.
Este evento fue financiado principalmente por Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas y con disputas fiscales significativas con el gobierno mexicano a través de sus empresas TV Azteca y adn40. La gala fue encabezada por Larry Rubin, director de la American Society of Mexico (Amsoc).
A la cena acudieron figuras relevantes del Partido Acción Nacional (PAN), como Jorge Romero Herrera, Ricardo Anaya y Kenia López Rabadán, así como el exconsejero presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, y representantes del sector empresarial. Incluso hubo presencia de Morena, con la secretaria del Medio Ambiente, Alicia Bárcena, el diputado federal Sergio Mayer, la senadora Yeidckol Polevnsky y Jorge Gaviño del IMSS.
Durante el evento, Larry Rubin justificó las amenazas de aranceles de Trump, refiriéndose a ellas no como amenazas, sino como "alertas estratégicas". Rubin hacía eco de la carta que el propio presidente Donald Trump publicó ese mismo día, 12 de julio de 2025, donde anunció la imposición de nuevos aranceles del 30% contra México a partir del 1 de agosto. En dicha carta, Trump declaraba que, si bien México había colaborado en frenar el flujo migratorio y el tráfico de fentanilo, "lo que ha hecho no es suficiente. México aún no ha detenido a los carteles que intentan hacer de toda Norteamérica un patio de juegos del narcotráfico".
Con esto, Rubin sentenció que la medida arancelaria era una "consecuencia directa de la falta de acción efectiva en temas que impactan, no solo el comercio, sino también la salud y la seguridad nacional de Estados Unidos y México". Este tipo de declaraciones, junto con la presencia de figuras opositoras y el patrocinio de un empresario en disputa con el fisco, muestran que ciertos políticos no están defendiendo la democracia; están apostando por una estrategia de desgaste que cruza la línea de la soberanía nacional.
Los Precedentes Históricos
No es nuevo. La historia mexicana está repleta de episodios donde figuras locales buscaron apoyo externo para lograr lo que no podían construir internamente. Desde Antonio López de Santa Anna, cuya búsqueda de poder lo llevó a ceder vastos territorios con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, hasta ciertos momentos del siglo XX donde gobiernos mexicanos buscaron el respaldo de Estados Unidos en detrimento de la autonomía nacional, el resultado fue siempre el mismo: pérdida de control, de territorio o de dignidad política.
En este contexto, la infame frase de Enrique Peña Nieto —"yo no me levanto pensando en cómo joder a México"— adquiere una ironía brutal. Porque parece que hay quienes sí se levantan con ese propósito. No desde Palacio Nacional, eso creo, sino desde escritorios en corporativos mexicanos, partidos políticos de derecha y salones de hoteles en la Ciudad de México, donde se discuten estrategias para recuperar influencia, aunque eso implique sacrificar la estabilidad y la soberanía de la nación.
Las Preguntas Inevitables
Y entonces, las preguntas se vuelven inevitables:
¿Qué tan anti-mexicano hay que ser para aplaudir la intervención de una potencia extranjera solo porque no te gusta el presidente en turno?
¿De verdad vale todo con tal de ganar una elección?
¿Desde cuándo la oposición política justifica el desmantelamiento del país si eso le garantiza el poder?
Porque, como la historia ha demostrado consistentemente, una vez que un país entrega su soberanía a cambio de respaldo externo, no hay vuelta atrás. Los intereses extranjeros no se retiran cuando terminan su "misión". Se quedan, controlan y reconfiguran la realidad a su favor.
El riesgo ya no es solo hipotético. Es una posibilidad que, de seguir ignorándose, podría convertirse en destino.
Miguel Ángel Bello