Gobernadores disolutos

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Recordar que el poder es efímero. Lo que queda es lo bueno que se hace… o lo corrupto que se llega a ser...

A los poblanos les ha tocado bailar con la más fea. Se toparon con buenos candidatos… y pésimos gobernantes. Las historias que nunca se publicaron —por deleznables— circulaban en los corrillos sociales, y si hubieran trascendido a la opinión pública, quizá nos habríamos ahorrado que un patán, un psicópata, un hipócrita de doble moral, un licencioso… o un combo de todos ellos nos gobernara.

¿Eran chismes? Tal vez algunos. Pero la mayoría no.

Le comparto una miaja de las muchas anécdotas que guardo con recelo.

Un gobernador tenía una casa por la zona de Las Ánimas. Ahí recibía en plan romántico a muchachonas que aspiraban a una plaza bien pagada en la administración estatal. En su equipo se murmuraba, sin pudor: “nalga por plaza”. Algunas lograron así su modus vivendi sexenal.

Otro, de no muy buena cuna, se bajaba los pantalones y calzones para sujetarse las criadillas con la mano derecha y gritar: “¡Por estos se hace lo que yo mando!”

En casa de alguno de ellos, el trato a las damas era cualquier cosa menos respetuoso. Golpeaba a su esposa. Las empleadas domésticas, en acto de sororidad, intentaban defenderla. Eran encerradas. Amenazadas. Aún retumba en sus mentes el grito: “¡Tú te callas, pinche gata!” Así de finos.

Un joven gobernador fue sorprendido por la suegra de su pasión carnal —una miembro del gabinete— en pleno acto amatorio. La doña no tardó en divulgar el incidente por los rincones de la Angelópolis y los multifamiliares de la colonia Polanco.

Otro más profirió toda clase de epítetos contra uno de sus colaboradores… en presencia del director nacional de una de las empresas más importantes de México. Cerró con broche de oro: “A mí los medios se me hincan.” El empresario se encargó de difundir la escena entre los poderosos del país. Aquel gobernador se refería a los periodistas como “sus perritas”. Claro, a los que cobraban por halagarlo.

Y otro más —uno de los más descarados— les exigía a sus colaboradoras, en tono de burla, que se quitaran la ropa. A veces solo pedía mirarlas. Algunas lo permitían. Otras intentaban librarse. Ninguna lo denunció.

Como estas, hay muchas historias.

¿Por qué no decir nombres? Para qué. Los políticos que sucumbieron a la enfermedad terminal del poder ya están en el ostracismo, en el cielo… o en el infierno. Lo trascendente no es exhibirlos, sino evitar que personajes obsesionados con el poder lleguen a Puebla a servirse —y no a servir al pueblo, como debe ser.

Si usted conoce algún pecado mortal de los suspirantes a gobernar el estado… dígalo. Publíquelo. Fíltrelo a la prensa. Evitémonos otra ronda con la más fea.

El poderoso que carece de humildad, humanidad, y que solo ve por su beneficio, no le sirve a Puebla. El poder trastorna, sí… pero nosotros, ¿qué culpa?

¿Qué se le podría aconsejar al próximo gobernador?

— Emplear a los poblanos: en empresas, cargos, servicios, lo que sea. Bien podría adoptar como lema de campaña: “Los recursos de Puebla, para los poblanos.”

— Recordar que el poder es efímero. Lo que queda es lo bueno que se hace… o lo corrupto que se llega a ser.

— Evitar excesos que consuman la energía del aparato gubernamental, solo para tapar la estulticia de un mal momento.

— Sumar a los mejores perfiles. No contratar, con sueldos estratosféricos, a los amigos que no tienen idea de absolutamente nada.

¡Que así sea!

Hasta la próxima,

Miguel C. Manjarrez