La brigada terminal (Capítulo 14) Cambio de planes

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Cambio de planes

Capítulo 14

 

Rafael ingresó a La paradoja, la residencia de Rocafuerte enclavada en un peñasco bañado con las aguas del océano Pacífico. Lo hizo con la seguridad de que encontraría una nueva pintura o escultura, tal y como había ocurrido en cada una de sus anteriores visitas. Ya sabía que el hobby de Simón era coleccionar piezas de arte moderno, en especial el trabajo de Botero. Por eso no le sorprendió toparse con una de las últimas obras del artista colombiano: se paró frente a ella; la vio con cierto desprecio y después soltó su casi siempre demoledora crítica contra este artista que –decía– es el hombre con el peor gusto estético del mundo McDonalds..

La pieza de piedra esculpida que encontró estaba inspirada en la guerra de Irak. “Qué oportunista es Botero”, se dijo. Y agregó: “Qué mal gusto del tipo usar como tema a los soldados presos y vejados por los gringos… que pésimo sentido del arte tiene mi amigo Simón”. Esta última frase la musitó disfrazándola con una sonrisa que sirvió de preámbulo al saludo para el anfitrión que se encontraba lejos conversando, en una de las esquinas de la enorme casa.

Rafael, que también sabía usar el elogio, sobre todo cuando de arquitectura se trataba, encontró la oportunidad para hablar del diseño de las bóvedas y de la distribución de los pasillos del inmueble. Comentó que el arquitecto que concibió la construcción había logrado que cada rincón tuviera un impresionante efecto visual e incluso sonoro, perspectivas y sonidos que al combinarse hacían que el visitante se sintiera parte del pasado remoto y al mismo tiempo del siglo XXI. “La luz natural –arguyó­– llega a los espacios abiertos y a la vez alcanza a bañar los rincones ocultos, los intersticios de las bóvedas y los vértices de los muros. La acústica del edificio agregó– me recuerda las construcciones medievales como por ejemplo el baptisterio de Pisa. Y los espacios que están incrustados entre la frondosa vegetación del jardín, tienen algo de la magia de la cultura maya”. Iba a continuar con su descripción cuando escuchó el llamado del anfitrión que le pidió acercarse.

–Hola Rocafuerte; veo que eres un tozudo admirador de Botero –alzó la voz Rafael antes de aproximarse a su amigo…

         –Más que admirador soy un compulsivo comprador de la obra de quien cada día se cotiza mejor –le respondió Simón en el mismo tono, aunque menos solemne.

         Ya cerca de Simón, Rafael quiso provocarlo preguntándole en un tono parroquial: –¿Y no te deprime tener en tu hogar una muestra inflada, exacerbada, de los horrores de la guerra iraquí que revela la estupidez de un fanatismo que combate a otro fanatismo?

–Tu comentario me parece de mal gusto, Rafa –respondió con mesura el director de la Brigada Terminal­ : lleva implícito el efecto bumerang.

         –Que, ¿acaso se me puede revertir? –retó el invitado.

         –Se nos podría revertir –alertó Simón– si exacerbamos nuestra auto-crítica, el ejercicio que tú mismo haz promovido en diferentes ocasiones…

         Ibarbuengoitia prefirió quedarse callado al percibir la intención de Rocafuerte. Lo pensó unos instantes. Y decidió sacar provecho a lo que parecía una discusión dialéctica, peligrosa.

–Permítanme, Simón, amigos, acogerme al pensamiento de Sócrates –dijo.

Antes de continuar y para poner en orden sus ideas, Rafael caminó hacia la sala contigua donde Ángela, Lauro e Iñaki estaban atentos a la plática de sus compañeros. Después de hacer al grupo la seña visual del saludo fraternal, se paró frente a la estatuilla que había escogido para disertar. Era una figura del sabio griego esculpida en alabastro por algún artista florentino, quizás alumno o compañero de Miguel Ángel. Posó su mano sobre la pieza y con voz magisterial le dijo a Simón:

         –Sócrates, mi querido amigo, tenía una voz interior que llamaba su daimon, o sea su espíritu: “El fervor celestial –decía el filósofo a sus alumnos, palabras que leí hace muchos años y que ahora las repito de memoria– me ha concedido un don maravilloso que nunca me ha abandonado; una voz que cuando se deja oír me aparta de lo que voy a hacer, y nunca más vuelve a impulsarme a ello”. Señores, Ángela: esa voz del maestro plasmada en tinta por Platón, Diógenes y Plutarco, era su alucinación auditiva, su genio generador de inspiración; lo que para nosotros, que somos simples mortales, podría ser la conciencia que nos obliga a meditar en lo que hacemos. Y fue ese genio o daimon, como quieras definir a la voz interior, Simón, el que se hizo escuchar ayer mientras recorría algunas de las casas donde encontré a los enfermos por los efectos de mi bacteria, ¡qué digo hombre!, de nuestra bacteria. Al oír la voz entendí que estamos perdiendo el tiempo en combatir lo que nunca dejará de existir porque su crecimiento es exponencial; son, valga la expresión, productos que viven apegados a la tradición de su familia cuya supervivencia depende de la corrupción social que, como todos ustedes saben, existe desde hace miles de años…

         –¿Intentas decirnos que te retiras? –interrumpió Ángela con un dejo de preocupación.

         –Espera, por favor Ángela, no adivines –le contestó Ibarbuengoitia. Lo que quiero es convencerte a ti y a los demás de que estamos perdiendo el tiempo y que urge cambiar de estrategia…

–Se explícito, por favor –espetó Simón, más que curioso, molesto.

–Para allá voy amigos, no coman ansias: hoy escuché en las noticias que en dos ciudades de México hubo crímenes que en apariencia son vendettas de la mafia del narcotráfico. Según esa información, los de un cártel mataron a los del otro cártel. Dijo el comentarista que la lucha por los mercados de la droga combinada con la detención de los capos, ha propiciado esta ola de violencia. Tal vez haya algo de razón en el argumento. Sin embargo, creo que existe otra causa: la ambición de quienes empezaron como delincuentes menores (los que hemos enfrentado) y que después, gracias a su habilidad para robar y matar y desde luego a sus necesidades de dinero para alimentar los vicios que adquieren, llegaron a formar parte de las mafias más sofisticadas. Este estatus es por el que trabajan y delinquen; el premio a su esfuerzo y a su capacidad para librarse de los peligros del oficio.

–¿Y cuál es la estrategia que propones? –inquirió Iñaki Beltrán a quien le decían el silencioso porque casi nunca opinaba.

–¿Querrás acaso que incrementemos las operaciones para causar mayores bajas y mermar la fuente de reclutas para el narco? –intervino Ángela animada por la actitud de Iñaki y además empeñada en adivinar.

Simón no hizo ningún intento por intervenir. Sabía que Rafael era un tipo cerebral, un científico frío y calculador y además un estratega natural. Por su mente pasaban muchas ideas sobre lo que acababa de escuchar. Una de ellas le obligó a ser más cauto que de costumbre, a pesar de que percibió la posibilidad de que Rafael buscara el liderazgo del grupo. Lo dicho por Ibarbuengoitia ya había sido analizado de acuerdo con su ágil esquema mental, costumbre que respondía a las técnicas profesionales más probadas y, por ende, exitosas. Su experiencia y mesura le indujo a esperar que el científico se explayara. Empezaba a percibir el fondo de la propuesta y algunas de sus consecuencias.

–Mira Simón: el silencio que muestras me induce a imaginar que entré en el terreno de tu sospecha…

–¡Por favor…! No veas moros con tranchete Rafa; di lo que tengas que decir que seguramente será muy interesante… Adelante. Te escuchamos con atención…

–Gracias amigo. Lo que se me ocurre, y conste que le he dado muchas vueltas buscándole fallas y consecuencias, es que urge que aprendamos a utilizar la fuerza del enemigo para vencerlo. Algo parecido al judo, pues. Ya nos dimos cuenta que el verdadero enemigo de la sociedad es la hidra funesta del crimen organizado: sus cabezas ofertan fuentes de trabajo para los delincuentes menores. Y esos incentivos motivan a los criminales para ser mejores asesinos, secuestradores más eficaces, asaltantes con éxito económico y ladrones de primer mundo. El delito de poca monta es el principio del camino que conduce al estadio donde operan los capos de la droga, principalmente.

–Me sorprendes Rafael –dijo Simón. Nunca pensé que te fueras a involucrar con los objetivos de la Brigada.

–Como se los hice saber cuando Ángela me invitó, mi intención era participar en acciones que mejoraran el futuro de la sociedad, de nuestros herederos. Quise mantenerme ajeno a los resultados inmediatos; sin embargo, me fue imposible por la difusión mediática. Todavía me siento incómodo pero me he ido adaptando a la idea de que las acciones de nuestro grupo es el único remedio para cubrir la ineficacia de las autoridades y colaborar con los ciudadanos cuya ilusión es vivir en un ambiente de paz y seguridad. Nosotros no tenemos otra alternativa que hacer el bien erradicando al mal, criterio que, créanme amigos, lo adopté después de pasar muchas noches en vela tratando de convencerme a mí mismo. El diálogo con mi daimon pues.

–¿Y la nueva estrategia? –inquirió Ángela.

–Seré escueto –dijo Rafael– y dejo para el análisis del grupo los mecanismos de acción; es decir, cómo operar la estrategia. Tenemos que propiciar enfrentamientos entre los jefes del crimen organizado (los que no están en la cárcel) y entre los sicarios que se quedaron encargados del despacho. Cada uno de ellos quiere para sí el control del comercio de la droga y todos trabajan para ampliar el mercado nacional de consumidores ya que cada día les resulta más complicado entregar su mercancía a los grandes que controlan a los treinta o cuarenta millones de consumidores estadounidenses…

–Esa es una guerra –interrumpió Lauro– que requiere de dinero, organización, armas inteligentes, equipo aéreo y marítimo, sistemas de espionaje y muchas cosas más que nosotros no tenemos…

–No te confundas Lauro. Nosotros evitaremos el contacto con las mafias…

–¿Y entonces cómo diablos vamos a saber qué hacer, Rafael? –preguntó Ángela.

–Ésa es la cuestión, amigos. Se me ocurre, e insisto que todo está sujeto a que definamos la estrategia a seguir, que hagamos contacto con un sector del ejército, el que maneja a los grupos de elite. Alguno de los jefes podrá decirnos qué pasó con los soldados cuya preparación los puso al nivel de los llamados boinas verdes norteamericanos. Uno de los directores de la policía federal reconoció que varios de ellos se contrataron como guardias personales de los jefes de los cárteles. Y que el dinero trastocó su digamos que filosofía de clase. Perdieron el orgullo militar y ahora son sicarios muy bien pagados. Antes de que me interrumpas –dijo señalando a Ángela que ya se disponía a preguntar– déjenme bosquejar la idea: primero necesitamos alguien que nos apoye dentro de las fuerzas armadas; que investigue quiénes de ese grupo de elite fueron licenciados y a cuáles se puede contactar. El segundo paso consiste en tener un aliado importante dentro del ejército para que éste llame a cuentas a los soldados y oficiales que trabajan con las mafias. Ofrecerles inmunidad a cambio de…

–¡Colaboración! –anticipó Ángela.

–Así es, mi querida Ángela, colaboración a cambio de inmunidad tanto para ellos como para su familia. De lograrlo estaríamos inventando la mejor vacuna para erradicar el virus del mal. Ya no sería nuestro rifle sanitario sino las granadas, metralletas, bazucas y misiles que, como los leucocitos, combatirán el mal, la infección o el tumor dentro del organismo enfermo.

–¡Esa sí que es una bacteria sintética! –festejó Simón. Me haz sorprendido de nuevo Rafael. Las noches en vela despertaron tu intelecto. Te lo agradezco y estoy seguro los integrantes de la Brigada también te agradecen la idea. Si todo marcha bien la sociedad te deberá su tranquilidad y desde luego la posibilidad de desarrollarse en un ambiente de paz y concordia. Y la Brigada Terminal pasará a su siguiente etapa que es la conversión a una brigada que promueva la vida, que propicie que germine lo bueno. Incluso podría cambiar de nombre para ser la Brigada germinal…

La reunión continuó en un nuevo ambiente. Y el ruido que produjo el choque de las copas del champagne que lubricó las gargantas de los cinco brigadistas dándole vigor a su vapuleado organismo, musicalizó las conversaciones basadas en el futuro promisorio, un porvenir quizás mucho más violento pero con mejores resultados para la causa del grupo…

Alejandro C. Manjarrez