Responsabilidad compartida, Covid-19 segunda parte

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Pero entre más enfermos haya, menos camas, menos doctores, menos oxígeno. Más complicaciones. Más muertes...

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El artículo titulado “Responsabilidad compartida”, publicado en Revista Réplica, e-consulta y redes sociales, recibió más de doscientos comentarios.

Casi la mitad de ellos, en contra de las medidas para frenar la ola de contagios.

Algunos, incluso, niegan la existencia del virus.

Escribí que los niños sí se contagian y contagian. Lo afirmé por el caso de mi hermano, que vive en Europa: su hijo asistió a la escuela, se contagió y lo contagió. Ambos resultaron positivos en la prueba. Mi sobrino estuvo asintomático; mi hermano, en cambio, padeció la enfermedad con fuerza.

Durante veinte días fue monitoreado y recetado por médicos, vigilando de cerca la oxigenación de su sangre. Sus niveles nunca bajaron de 97, 98 y 99. Aun así, los estragos fueron pesados: fiebre, cansancio, dolor corporal, fatiga crónica, pérdida del gusto y el olfato, además de la angustia emocional que acompaña al padecimiento. Hoy se encuentra en proceso de recuperación, esperando análisis para descartar secuelas.

Quienes hemos visto de cerca las consecuencias del Covid-19 sabemos que el virus es real.

El uso del cubrebocas

El cubrebocas —no tapabocas— no es un bozal del “imperio mundial” para callarnos ni convertirnos en borregos o zombis. Nunca ha impedido opinar, dialogar, argumentar, gritar o alzar la voz.

Un lector comentó que, si fuera un virus mortal, se necesitarían máscaras sofisticadas y no “un pedazo de tela”. Es cierto: el personal médico utiliza equipos de protección más completos. Pero también es cierto que el SARS-CoV-2 no es un virus con altísima letalidad. La mayoría de personas sanas que lo adquieren logran salir adelante: algunas sin síntomas, otras con síntomas moderados o molestos, y una minoría con cuadros graves que pueden terminar en muerte.

Precisamente por quienes están en riesgo —personas con VIH, diabetes, hipertensión o adultos mayores— debemos ser responsables.

¿Cómo se transmite?

Al hablar, gritar o cantar, expulsamos por la boca aerosoles con miles de partículas. Si la persona está infectada, el virus viaja en ellas.

El cubrebocas detiene esas partículas. Y si quien está cerca también porta uno, la probabilidad de contagio disminuye.

La carga viral

Los expertos explican que no basta una sola partícula para enfermar. Se necesita respirar cierta cantidad de virus durante cierto tiempo para activar la enfermedad.

Generalmente, son 15 minutos de interacción cercana en lugares cerrados. Cuantos más virus ingresen al cuerpo, mayores son las complicaciones.

Por eso no requerimos mascarillas antigás ni equipos extremos. Este no es el ébola, con 90% de mortalidad.

La casa: el foco más común

El lugar donde más personas se contagian es el hogar. La razón: la convivencia cercana.

Si un miembro de la familia no se cuidó, llevará el virus a sus seres queridos.

La solución: cubrebocas quirúrgico o de tres capas, como el que usan los cirujanos. Esas telas especiales funcionan.

Un ejemplo sencillo: coloque una vela encendida frente a su boca con la mascarilla puesta. Si la flama se mueve al soplar, su cubrebocas no sirve.

Objeciones

Alguien compartió una foto de una cara llena de granos: “esto hacen los cubrebocas”, escribió indignado.

Falso. No se pide usarlos todo el día, solo en lugares cerrados o al convivir con alguien. Si se lavan con regularidad y se usan de manera correcta, no dañan la piel.

Usted es libre de creer lo que quiera, pero la realidad es una: el virus existe. Y el cubrebocas, la sana distancia, los lugares ventilados y el lavado de manos son las herramientas más efectivas para contenerlo.

En mi colaboración anterior escribí que podríamos convertirnos en homicidas de un ser querido. Un lector se rió. Le recuerdo que esa es la razón más poderosa para seguir las recomendaciones sanitarias: evitar la muerte de los más vulnerables. ¿Quién es vulnerable, usted o yo? ¿Para qué descubrirlo, si podemos evitarlo con simples acciones?

Una vez contagiado

Si usted se contagia, comienza la lucha real.

Primero, necesita un médico que lo oriente y atienda.

En Puebla, donde vivo, los medios informan que las pruebas en el sector salud tardan varios días en realizarse. El problema: la enfermedad se complica en los primeros cinco días. De poco sirve que le entreguen la prueba cuando ya sanó o cuando va rumbo al hospital por falta de aire.

Para quienes cuentan con seguro privado, la realidad tampoco es alentadora: los hospitales están llenos. Y si llega a liberarse una cama, en el Hospital Puebla, por ejemplo, piden 10 mil pesos de depósito en urgencias, 50 mil para ingreso a cuarto y 150 mil para terapia intensiva.

Si se requiere un respirador, no basta con tener dinero: debe existir disponibilidad y personal capacitado. Los recursos son limitados.

Por ello, es vital contar en casa con un oxímetro. Si la saturación baja de 90, hay que acudir al hospital o iniciar oxígeno suplementario. Pero también los tanques de oxígeno suelen escasear.

Entonces…

Más vale prevenir la tragedia. Basta con usar un pedazo de tela —cuando se requiera— unos meses más, y todo podrá regresar a la normalidad.

Lo bueno y lo malo

Ya existen tratamientos para evitar complicaciones: antiinflamatorios, antifebriles, antibióticos, vitaminas y cortisona, siempre bajo receta médica.

Pero entre más enfermos haya, menos camas, menos doctores, menos oxígeno. Más complicaciones. Más muertes.

Cuídese.

Nota: todo lo aquí compartido ha sido documentado y revisado por especialistas. Si desea leer la primera colaboración, está disponible en las publicaciones anteriores.

Le deseo a usted y a su familia que no haya un solo contagiado, que sea inmune y que se sienta espectacular. Y, además, que tenga una Navidad y un Año Nuevo asombrosos.

Miguel Ángel C. Manjarrez Álvarez

Revista Réplica