LA REINCORPORACIÓN DE NUESTROS BRACEROS

El movimiento de repatriación de nuestros nacionales, que urgidos por el rigor de la política norteamericana en materia de migración o desengañados en el fracaso de los cálculos que los animaron a probar fortuna en tierra extraña, retornan al país, ha cobrado creciente importancia, hasta constituir uno de los problemas capitales que en el momento solicitan la mayor atención no sólo de las autoridades sino del conjunto de la colectividad nacional.
Por razones de ética, tanto como por conveniencias de la más alta importancia de índole social y económica, es un deber esencial e ineludible proveer lo necesario para abrir campo y hallar acomodo en las actividades productivas del país a todos los que vuelven del inhóspito —ahora más que nunca— país del Norte.
Es cierto que nuestros compatriotas llegan formando apretados núcleos precisamente en la hora en que los trastornos de nuestra economía interna han disminuido la capacidad de absorción de los braceros dentro de las fuentes de trabajo, lo que obliga a los residentes habituales a disminuir sus radios de aspiración y a imponerse, inclusive, considerables sacrificios dentro de las oportunidades de trabajo. Pero todo sacrificio momentáneo puesto al servicio de nuestros deberes para con los repatriados, se traducirá en un robustecimiento de las fuerzas productoras del país toda vez que el concurso adicional de estos hombres, que ya han adquirido experiencias y hábitos de lucha en el extranjero, será preciso para las urgentes tareas de la edificación nacional.
No por exceso de optimismo sino porque es una expresión fiel de la verdad, puede afirmarse que este movimiento de reincorporación de nuestros trabajadores emigrados, empujado por causas de fuerza mayor, viene a realizar lo que no pudo obtenerse con las constantes campañas de convencimiento libradas años atrás, así para impedir el éxodo, como para lograr el regreso de nuestros compatriotas.
Es conveniente y oportuno tender una mirada retrospectiva y examinar las causas extraordinarias que provocaron la emigración de nuestros braceros.
Primero fue la revolución —digamos mejor, la etapa guerrera de nuestra lucha intestina, la época de la perturbación revolucionaria—; después fueron, superponiéndose, las perspectivas brillantes que parecían ofrecer las actividades inusitadas, febriles, a que se entregó Norteamérica para cubrir las demandas de los Estados europeos envueltos en la gran guerra; y por último el tentador espejismo de la era de prosperidad que en el vecino país septentrional siguió al armisticio de 1918.
La revolución arrebató de sus hogares particularmente en las comarcas rurales, a los hombres más valerosos, a los dotados de un espíritu más fuerte, a los sacudidos por inquietudes y afanes de mejoramiento. A unos los atrajo hacia el torbellino de la lucha armada, incorporándolos en las filas de los ejércitos del pueblo; a los otros les dio impulso para ir hasta el extranjero. En los años rojizos de las grandes conmociones, no podían quedar, interrogando el horizonte en el apartado lugarejo, más que los niños, las mujeres, los ancianos o los hombres dotados de menos facultades o desprovistos de aspiraciones vivas.
La repatriación significa, pues, reintegrar dentro del cuerpo social a esos hombres de espíritu abierto, fortalecido y audaz que salieron del país en tiempos que por haber sido de dolor y de prueba, tuvieron la virtud de despertar escondidas aspiraciones.
Nuestros braceros ausentes vuelven ahora, como es de esperarse, con una aptitud más amplia para el trabajo, fortalecida la voluntad en la lucha, afirmado el carácter, enriquecida la experiencia, pronto el esfuerzo productor y mejor asidos a una clara conciencia de la nacionalidad.
La revolución, al tender su mano y brindar su apoyo a los que se fueron cuando la perturbación armada clausuraba oportunidades de trabajo, cumple con su programa general en una de las líneas morales, saldando una deuda.
Por más que esté justificada en varios aspectos la razón que movió a nuestros nacionales para probar fortuna en los Estados Unidos, la forma en que retornan en su mayoría los mexicanos, da la medida de lo mal que les pagaron.
Son copiosos los testimonios suscritos por americanos de autoridad, que hacen ver las grandes cualidades de nuestros trabajadores, su inteligencia, su adaptabilidad y su capacidad de trabajo. Cuando se piense, pues, en las utilidades fantásticas que obtuvieron el pueblo y el gobierno norteamericanos por la financiación en la gran guerra, y cuando se formen las estadísticas del sorprendente crecimiento industrial realizado en los Estados Unidos durante los últimos tres lustros, habrá que pensar en el tanto por ciento que para la obtención de ganancias y progresos fabulosos correspondió al esfuerzo de nuestros compatriotas. Y, sin embargo, los braceros mexicanos regresan pobres; lo que ganaron allá, allá lo consumieron, cifraron su empeño y enfocaron su porvenir en el engrandecimiento económico de los Estados Unidos, hasta que las fuerzas ciegas de una crisis despiadada, haciendo presa en el país capitalista por excelencia, trocó en humillación y fracaso sus más legítimos anhelos.
Fecundo como es en sus resultados este gran movimiento de repatriación que inspira nuestro comentario, reclama, como apuntábamos arriba, atenciones y cuidados especiales. Desde luego habría que plantear la conveniencia de procurar un ajuste de los factores humanos dentro de las posibilidades actuales de trabajo, buscando en cada entidad, en cada región, en cada centro fabril o agrícola, la forma de dar espacio y asiento a los repatriados.
El señor presidente de la República ha tenido un acierto más al dirigir una excitativa a los ciudadanos gobernadores para que cooperen en esta obra. Al llamado presidencial respondieron ya algunos jefes de los ejecutivos locales, ofreciendo tierras y apoyo para la formación de colonias agrícolas. ¡Qué gran obra revolucionaria sería la creación con tales contingentes, de colonias colectivas como ensayo social!
Lo hecho hasta hoy, con ser bueno, no es suficiente. El esfuerzo disperso debe ser sustituido por la coordinación sujeta a un plan que abarque todos los aspectos del problema. Acaso sería conveniente, por lo mismo, que se instituyera un organismo técnico para pesar las posibilidades de trabajo que se ofrecen en cada estado y las que tienen abiertas, desde luego, las grandes obras de irrigación, de caminos, marítimas, etcétera, que se seguirán llevando a cabo por cuenta de la federación.
El Nacional, 27 de mayo de 1932.
Froylán C Manjarrez