La Pluma y las Palabras (El Banco de México)

Réplica y Contrarréplica
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EL BANCO DE MÉXICO

La reorganización del Banco de México, que es uno de los propósitos del plan financiero que generó la última reforma monetaria, a efecto de hacerlo funcionar como banco central, de redescuento y de emisión, constituye uno de los capítulos esenciales de la política financiera que debe trazarse el país.

En todo tiempo y en todos los países, la acción de los bancos centrales es sustantiva para el buen funcionamiento de la economía pública. Esta necesidad, sin embargo, se ha hecho más ingente a partir de los años de la gran guerra. Si antes de ella, el ritmo que había tomado el comercio internacional y el lento desarrollo económico interior de cada Estado permitían que el crédito se desenvolviera sin un control regulador, confiado al libre juego de las instituciones particulares concurrentes, el desajuste provocado por la guerra, el aceleramiento irregular y anárquico de la capacidad productora de cada país y, en fin, todo este conjunto de fenómenos que presenciamos en nuestra época y que antes eran desconocidos, obligan a establecer en cada país instituciones de crédito de carácter central que sean capaces de coordinar la acción del crédito, resguardando en todo tiempo los intereses superiores de la colectividad.

Nuestros economistas han fijado su atención en la organización de los bancos centrales creados en Europa durante la posguerra, y con frecuencia los vemos inclinarse hacia aquellos tipos de bancos centrales en que se excluye de un modo absoluto —o casi absoluto— la influencia del Estado en la integración y funcionamiento de dichas instituciones. Los bancos independientes —dicen, aludiendo a los bancos centrales— son los únicos que han podido establecerse con solidez inconmovible, y los únicos, también, que han logrado en sus respectivas jurisdicciones estabilizar la moneda y regularizar las finanzas. Se citan, como ejemplos, al Reichsbank de Alemania y a los bancos centrales de nueva creación establecidos en los países sudorientales de Europa.

No desconozco la importancia que tiene para todos los estudiosos y aun para los políticos y estadistas, estar al cabo de lo que ocurre en el mundo, y particularmente poner atención a la forma como se organizan las nuevas instituciones. Europa, a este respecto, es en estos momentos un vasto campo de experimentación de donde mucho tenemos que aprender.

Pero de allí a pretender adoptar como verdades demostradas y de aplicación general las que informan dichas instituciones, corre mucha distancia.

Para que el estudio que hagamos de las cosas de fuera nos sea provechoso es menester que indaguemos no sólo la forma externa que envuelve a la política exterior, sino que penetremos también a las razones internas que dictaron dicha política. Después de este conocimiento sí podremos concluir cuál es lo adaptable a nuestro medio y cuál lo que representaría un grave peligro para nuestra nacionalidad.

El carácter independiente que se ha dado a los bancos centrales en los países que figuran en la lista de vencidos en la gran guerra no obedece tanto al deseo interior de librar a dichas instituciones de la influencia de cada gobierno, sino más bien a la presión externa del capitalismo internacional que ha impuesto la sedicente independencia como condición de toda ayuda financiera.

El Reichsbank, por ejemplo, se organizó sobre las bases de independencia del gobierno, como resultado de la coacción de los expertos interaliados que se encargaron de determinar la capacidad de pago de Alemania, quienes no creyeron en la restauración económica y financiera del Reich si no era desvinculando a su banco central de la influencia de los organismos políticos. Y Alemania aceptó las “sugerencias” de los expertos, como medio de llegar a un entendimiento con las potencias acreedoras.

Igualmente, los bancos centrales de Austria, Hungría, Bulgaria y algún otro pequeño país, fueron instituidos con un carácter independiente, como condición impuesta por los organismos financieros de la Sociedad de Naciones (capitalismo internacional), para prestarles ayuda económica.

Ciertamente, existen otros bancos centrales independientes, como el Banco de Inglaterra que no fueron organizados con tal carácter por efecto de una presión extraña; pero habrá que considerar que, en tales casos, existía ya en el país una larga y honrosa tradición de respeto del gobierno hacia el banco central.

Puede decirse, en consecuencia, como tesis general, que el carácter independiente que han adoptado los bancos centrales de nueva creación, obedece más bien a las condiciones impuestas para su seguridad por el capitalismo internacional, que al propósito de garantizar los intereses económicos de cada colectividad nacional.

Por lo demás, es errónea la opinión que atribuye mayor solidez a los bancos centrales independientes; esto es, a aquellos que están confiados al capital privado, porque se les supone libres de la influencia del gobierno. Cuando una nación atraviesa por un período de crisis extrema, todas sus instituciones, así las de carácter oficial como las privadas, corren la misma suerte. La guerra, por ejemplo, afectó inclusive a las instituciones de crédito correspondientes a los Estados victoriosos. Y aun después de la guerra, el Banco de Francia —banco privado clásico—, se vio constreñido por la necesidad a pasar sobre sus estatutos y sobre las leyes generales del país, presionado por el gobierno, en la misma forma que lo hubiera hecho cualquier banco de Estado. Nadie olvidará que este banco independiente llegó en los años de 23 a 25 a sobrepasar el límite legalmente autorizado para la emisión de billetes, en varios millares de millones ante la demanda de los gobiernos franceses.

Es menos peligroso para los intereses nacionales de un país el establecimiento de bancos centrales como bancos independientes, cuando existe ya una recia estructura de capitales que se identifican con la nación; pero en el estado actual en que se encuentra la economía mexicana, fundar un banco central con el carácter de independiente, como aconsejan —felizmente fuera de tiempo— no pocos de nuestros economistas, significaría entregar el mecanismo que rige el crédito interior a la finanza extranjera.

No debemos perder de vista, por otra parte, que el capitalismo que opera en México se distingue por ser un capitalismo con matrices en el extranjero o por estar confiado a hombres —nacionales o extranjeros— que anteponen exageradamente el interés privado al interés general de la colectividad.

El banco central, en nuestro país, no puede ser visto todavía como una institución que se cree con vistas a los rendimientos que pueda aportar a los accionistas, sino más bien —o exclusivamente— como una institución de servicio público cuyo interés radique en regular el crédito y en mantener el poder adquisitivo de nuestra moneda dentro y fuera del país.

Justamente en atención a estas circunstancias, que son vitales para la nación, la estructura del Banco de México fue planteada sobre la base de un control mayoritario y de carácter inalienable por parte del Estado, de las acciones de dicha institución.

Este hecho dificultó el desarrollo del Banco de México y ha impedido hasta ahora, de facto, su funcionamiento como banco central, de redescuento y de emisión, por la falta de cooperación de las viejas instituciones privadas de crédito. Pero al cabo de seis años de vida en que el Banco de México ha probado con exceso su solvencia, la honorabilidad de sus manejos y su amplia capacidad financiera; y cuando se ha establecido, además, por parte del gobierno, una tradición de respeto absoluto hacia el banco, llega el momento de que éste asuma las funciones esenciales para las que fue creado.

Lo inteligente, ahora, consistirá en coordinar la acción del Banco de México como banco central, con la de la banca privada que es la que corresponde operar directamente con el público.

Las reformas del 25 de julio último tienden a establecer esta sincretización de funciones. De allí el establecimiento de la Junta Central Bancaria que vendrá a ser a manera de un prolegómeno del funcionamiento del Banco de México como banco central.

Ni las operaciones de redescuento ni la emisión de billetes podrán verificarse si no es con el consentimiento de la Junta Central Bancaria en la que participan con mayoría de votos los bancos privados. Esta es una medida que sirve para rodear de mayores garantías a la futura moneda de papel, sin que por ello se entregue la dirección del crédito público al interés del capitalismo internacional o al interés particular de los mismos capitales radicados en el país.

Hace falta, sin embargo, que el Banco de México abandone paulatinamente sus funciones como banco de depósito y de descuento, concurrente de las demás instituciones bancarias, para que asuma plenamente su misión como banco central. Pero ésta es una materia que amerita consideraciones aparte y de la que me ocuparé en próximo artículo.

El Nacional, 31 de agosto de 1931.

Froylán C Manjarrez

Revista Réplica