Brotes psicóticos: cuando la mente se quiebra en medio del consumo

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Les deseo luz y fuerza para lo que sigue...

El brote psicótico es una fractura en la realidad. No un simple desvarío ni un mal sueño: es la irrupción brutal de voces que no existen, de miedos que se materializan, de certezas delirantes que arrebatan el juicio. Para quien lo vive, es un colapso inmediato; para quienes lo observan, una escena desconcertante y temible.

El vínculo con las drogas

El consumo de sustancias psicoactivas puede ser el desencadenante perfecto de un brote psicótico. Cannabis de alta potencia, cocaína, anfetaminas, metanfetaminas, LSD o incluso alcohol en exceso han sido documentados como precipitantes de episodios psicóticos agudos.

Lo que ocurre en el cerebro es un desequilibrio químico extremo: exceso de dopamina en vías mesolímbicas, alteración de la corteza prefrontal y desconexión funcional entre regiones que deberían mantener la coherencia de la experiencia. El resultado: la mente pierde el hilo conductor de la realidad y se sumerge en un relato propio.

Para algunos, el episodio se desvanece con la abstinencia. Para otros, en especial quienes tienen vulnerabilidad genética o trastornos mentales latentes, el consumo actúa como un cerillo en campo seco: basta un chispazo para que se encienda una esquizofrenia o un trastorno psicótico crónico.

Los comportamientos compulsivos: ¿también enloquecen?

A diferencia de las drogas, los comportamientos compulsivos como el juego patológico o la adicción a la pornografía rara vez provocan un brote psicótico en sentido clínico. No hay una intoxicación que empuje al cerebro hacia el exceso dopaminérgico que desborda la realidad.

Sin embargo, lo que sí producen es un estado de alienación progresiva: pérdida de contacto con lo importante, aislamiento social, ideas obsesivas, deterioro del juicio. No es una psicosis clásica, pero puede ser una locura cotidiana: el hombre que empeña su casa por la ruleta, la mujer que pierde familia y empleo por el porno, el joven que ya no distingue día de noche en la adicción a los videojuegos. No escuchan voces, pero han quedado atrapados en una realidad paralela.

Tabaco, azúcar y el borde difuso de la locura

Nadie ha visto a un fumador entrar en brote psicótico por encender un cigarro, ni a un consumidor de azúcar delirar por una galleta. Y, sin embargo, el debate persiste: ¿puede la adicción cotidiana, aparentemente inofensiva, erosionar tanto la mente como para llevarla a un estado de descontrol?

La respuesta es matizada: ni la nicotina ni el azúcar desencadenan brotes psicóticos directos, pero sí moldean cerebros dependientes, vulnerables, incapaces de regularse. Son la locura lenta y socialmente aceptada, distinta de la tormenta violenta de un brote psicótico, pero igual de peligrosa en términos de salud pública.

El brote psicótico es el extremo más dramático de la pérdida de juicio: una ruptura abierta con la realidad. Las drogas son el camino más directo para alcanzarlo, especialmente en quienes ya caminan sobre la delgada línea de la vulnerabilidad mental.

Los comportamientos compulsivos y las adicciones “respetables”, como el tabaco o el azúcar, en cambio, se parecen más a un goteo de alienación: no producen delirios de inmediato, pero desgastan la corteza prefrontal y empujan a vidas extraviadas.

Al final, sea por la tormenta repentina de un brote o por la erosión lenta de la compulsión, la lección es la misma: cada adicción es una manera distinta de perder el timón de la mente.

Me despido y aquí estaré después del 12 de enero de 2026.

Que esta Navidad nos recuerde que, aun en los días más duros, existe una chispa que insiste en alumbrarnos.

Que el Año Nuevo llegue con trabajo digno, salud para enfrentar lo que venga y la serenidad necesaria para no perder el rumbo.

Gracias por acompañar este camino, por leer, mirar y pensar junto a nosotros.

Que el 2026 nos encuentre más conscientes, más humanos y un poco más libres.

Les deseo luz y fuerza para lo que sigue.

Miguel C. Manjarrez

Revista Réplica