Al mexicano no le gusta la continuidad que huele a imposición...
Hace algunos meses parecía inminente el triunfo del candidato de Morena a la presidencia de México, fuera quien fuera. Se vislumbraba un enfrentamiento interno entre los aspirantes del partido hegemónico, nada más.
Hoy, con el surgimiento inesperado de Xóchitl Gálvez —una mujer que rompe los moldes de los políticos de siempre, aquellos que la sociedad mexicana ya había rechazado—, el escenario cambió. La senadora es vista con interés por un sector del electorado que no se identifica con el pasado de excesos y abusos de los partidos que gobernaron por décadas. PRI, PAN y PRD, ahora bajo la etiqueta del Frente Amplio por México, parecían condenados al ostracismo; resultaba impensable que un candidato de esas siglas pudiera ser competitivo, mucho menos ganar la presidencia.
Sin embargo, los opositores al actual gobierno, que no son pocos, han encontrado en Xóchitl una bandera y no han dudado en subirse a su tren. Entre quienes hoy la escuchan con atención hay un grupo de ciudadanos que en 2018 votó por Andrés Manuel López Obrador buscando un cambio, una esperanza. No son activistas permanentes de la democracia, pero ejercen el voto cuando sienten que está en juego el rumbo del país.
Ese sector podría inclinarse a darle su apoyo a una mujer distinta, no necesariamente a Claudia Sheinbaum, sino a quien perciben como valiente, sencilla, proveniente de un hogar con cicatrices de violencia familiar, una realidad que atraviesa a millones de familias mexicanas. Y esa motivación podría intensificarse si la encuesta de Morena confirmara a Sheinbaum como candidata presidencial. El mote de “corcholata favorita” no le ha hecho un favor: más que reconocimiento, se percibe como imposición desde Palacio Nacional.
Claudia Sheinbaum es una mujer preparada, con experiencia y resultados en su paso por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Pero si es ella quien aparece en la boleta frente a Xóchitl, la contienda podría convertirse en un plebiscito entre la permanencia o el relevo. Y ese simple escenario es un incentivo poderoso para el voto opositor: los mexicanos que disfrutan de la alternancia, sin importar el color, encontrarán allí un motivo para movilizarse.
La oposición presume una candidata fresca, distinta a la vieja política. Pero —siempre hay un pero— Marcelo Ebrard Casaubón juega en otra liga. No es visto como un “impuesto” del presidente, ni despierta los mismos anticuerpos en la clase media. Al contrario: su trayectoria internacional y su perfil de político profesional desactivan, en gran medida, el ánimo de rebelión en contra del partido en el poder. Su eventual designación restaría fuerza a la narrativa opositora del “ya basta”, y dejaría a muchos con un simple “bueno, no está tan mal”.
Por ello, sostengo que la candidatura de Marcelo Ebrard representa la mayor garantía de triunfo para la Cuarta Transformación.
Recordemos:
Al mexicano no le gusta la continuidad que huele a imposición.
Al mexicano le seduce la novedad, la esperanza, la oportunidad de cambiar.
Al mexicano le atraen los mártires, los perseguidos, los inteligentes y elocuentes.
Ya vivimos décadas de saqueos, de nepotismo asqueroso, de abusos de poder, de funcionarios enriquecidos a costa del erario, de ineptitud administrativa y de muchos etcéteras indignantes. Por eso, cada vez que surge una nueva esperanza, el mexicano la toma como si fuera la última.
Así que… Marcelo Ebrard no solo es opción: es la carta segura para que la 4T mantenga la presidencia.