Pero el país entero debe acompañarla: no con flores, sino con respeto...

Mi padre, José Álvarez y Álvarez de la Cadena, fue Jefe del Estado Mayor Presidencial de Plutarco Elías Calles. En casa, sus relatos sobre la seguridad del mandatario eran lecciones de rigor, disciplina y respeto a la investidura. Contaba que en una ocasión una joven se acercó con un ramo de flores para el presidente. Al verla, los escoltas reaccionaron de inmediato: le retiraron el obsequio y actuaron conforme al protocolo. Dentro del ramo, había una bomba.
Eran otros tiempos. El Estado Mayor era un cuerpo entrenado, consciente de que una omisión podía costar la vida del jefe del Ejecutivo y, con ella, la estabilidad del país. Nunca pasó —ni habría pasado— algo como lo que vivió recientemente la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
El episodio ha generado más preguntas que respuestas. ¿Les falta entrenamiento? ¿Tienen órdenes de no actuar? ¿O simplemente han confundido la cercanía con la vulnerabilidad?
El acoso como reflejo de un país
El hecho no puede minimizarse. No se trata solo de un fallo de seguridad; se trata de un síntoma social que hiere en lo más profundo. La presidenta fue víctima de acoso en un espacio público. Y si eso ocurre con quien representa el poder máximo de la nación, ¿qué queda para las mujeres comunes, las que viajan solas en el metro, las que caminan con miedo al caer la noche, las que callan porque saben que denunciar es inútil?
México sigue siendo un país donde el cuerpo femenino es territorio invadido, objeto de control o de agresión. Lo que le ocurrió a la presidenta es una metáfora de la indefensión cotidiana que viven millones de mexicanas. Lo grave no es solo que haya sucedido, sino que aún haya quien lo considere “un incidente menor”.
El valor de no callar
Claudia Sheinbaum ha respondido con dignidad y firmeza. “No me voy a aislar… Si esto le hacen a la Presidencia, ¿qué va a pasar con todas las jóvenes en nuestro país? Nuestro espacio personal nadie lo puede vulnerar”, declaró. Su frase resuena más allá del contexto: no es solo una defensa política, es una declaración de principios.
Defender la investidura presidencial es también defender el derecho de toda mujer a existir sin miedo. No se trata de blindar a la mandataria detrás de un muro, sino de fortalecer una cultura de respeto y de prevención que proteja a todas.
La investidura como reflejo
Que una presidenta sea acosada no solo vulnera su seguridad; vulnera el símbolo que encarna. La investidura presidencial no pertenece a una persona, sino a un país entero. Y cuando ese símbolo es mancillado, se fractura la confianza colectiva.
En el México de hoy, la figura presidencial no debería ser blanco de ataques ni de agresiones disfrazadas de cercanía. La historia debería habernos enseñado que las flores, incluso las más hermosas, pueden esconder explosivos.
Por eso este episodio trasciende la anécdota: nos obliga a mirar lo que no queremos ver. Que la violencia contra las mujeres no distingue poder, clase ni cargo. Que la falta de respeto a la autoridad femenina no es un accidente, sino un reflejo de la misoginia incrustada en el tejido social.
La presidenta no se aísla. Nos muestra que el coraje puede ser más fuerte que el miedo. Pero el país entero debe acompañarla: no con flores, sino con respeto.
