Hoy, un siglo después, este telegrama cifrado es más que un vestigio...
Abril de 1921. México apenas salía de la tormenta revolucionaria y el nuevo gobierno de Álvaro Obregón buscaba consolidarse frente a generales díscolos, caudillos armados y conspiraciones que se incubaban en la sombra. El país no respiraba paz, respiraba suspenso. Y en ese ambiente de traiciones posibles y lealtades compradas, cada mensaje cifrado podía significar la diferencia entre el orden y el colapso.
Uno de esos documentos, fechado el 26 de abril de 1921, fue dirigido al General de División Joaquín Amaro, jefe de la 3ª División del Ejército Nacional. El remitente: José Álvarez y Álvarez de la Cadena, Jefe del Estado Mayor Presidencial. El telegrama, en papel oficial con el sello de la Secretaría de Guerra y Marina, está compuesto por un tejido de frases claras entreveradas con largas cadenas de números: el lenguaje de los códigos militares.
En la superficie, el mensaje parece críptico, inofensivo. Pero entre las cifras aparecen destellos de urgencia:
“hace algunos días… comunicaron su idea… considero indispensable… debe hacerse inmediatamente…”
Lo que emerge es el retrato de un ejército que, a pesar de la victoria de Obregón sobre Carranza un año antes, no terminaba de pacificarse. México seguía siendo un tablero donde cada caudillo jugaba su carta, y donde la amenaza de un levantamiento armado estaba siempre latente.
El papel de José Álvarez en este episodio fue crucial. Como Jefe de Estado Mayor, no solo recibía informes sobre posibles conspiraciones: era el encargado de coordinar las respuestas, de transmitir órdenes operativas a generales de alto rango como Joaquín Amaro, que más tarde se convertiría en arquitecto de la profesionalización militar en México.
Este telegrama confirma que los golpes de Estado, tan temidos como posibles, se discutían y prevenían en tiempo real. El Estado Mayor funcionaba como un radar en constante alerta, un aparato diseñado para detectar cualquier movimiento irregular y sofocarlo antes de que prendiera fuego a la nación.
La firma de José Álvarez al pie del documento no es solo la rúbrica de un militar disciplinado; es la evidencia de que en medio de un México inestable, hubo hombres que cargaron con la responsabilidad de mantener la frágil continuidad del poder presidencial.
Hoy, un siglo después, este telegrama cifrado es más que un vestigio: es la radiografía de un país que sobrevivió a la posrevolución gracias a la vigilancia constante y a la lealtad de quienes supieron leer —y responder— a los números que escondían el miedo y la ambición de la época.
Archivo privado del General José Álvarez y Álvarez de la Cadena