Y esa decisión —silenciosa, interna, poderosa— es el principio de la libertad...
Hay días en que todo parece una prueba diseñada para medir el grosor de tu piel. Una palabra fuera de lugar, una mirada indiferente, un plan que se desmorona sin previo aviso. Y entonces, sin pensarlo, reaccionas. Como si el universo entero te hubiera ofendido. Como si la vida te debiera una explicación.
Pero no.
La emoción es tuya.
La situación no te define.
Tu verdadero enemigo no está afuera, ni en la persona que te contradice, ni en el contratiempo que arruina tus planes. Está dentro. Es esa reacción automática que no cuestionas, ese impulso que te hace defenderte cuando nadie te está atacando, ese reflejo de dolor que has confundido con tu identidad.
Vivimos gran parte del tiempo en piloto automático, creyendo que somos lo que sentimos en un mal día. Creemos que si algo sale mal, todo está mal. Que si alguien no nos entiende, no valemos. Que si fallamos, somos el fracaso. Y no, no es así.
KAN, SHIN, TIAN.
Agua, corazón, cielo.
El equilibrio entre lo que fluye, lo que siente y lo que comprende.
Cuando logras observar sin reaccionar, algo cambia: dejas de ser rehén de la situación y vuelves a ti. Aprendes que el dolor no siempre es un enemigo, sino un mensajero. Que no necesitas apagar las emociones, solo reconocerlas y dejar que pasen, como el río que no se detiene aunque el cielo se nuble.
Esa emoción es tuya, sí, pero no eres ella.
Esa situación existe, pero no te define.
Solo tú decides si reaccionas o respondes.
Y esa decisión —silenciosa, interna, poderosa— es el principio de la libertad.