La expresión profunda de una realidad humana...

Hay momentos en la vida en los que el corazón decide caminar por senderos inesperados. Personas que amaron a mujeres, luego a hombres, y que un día —sin perder la capacidad de sentir atracción por ninguno— eligen no entregarse a nadie. Esa pausa desconcierta a quienes la observan desde afuera, pero para quien la transita suele ser un acto silencioso de honestidad.
A veces le llaman estilo de vida. Otras, orientación. A veces, incluso, lo etiquetan como un problema. Pero pocas cosas son tan íntimas como la forma en que una persona decide cuidar su energía afectiva.
La suavidad de una sexualidad que se mueve
La ciencia lo dice con palabras técnicas: sexualidad fluida. La vida lo dice de otra manera: los deseos cambian, se desplazan, se afinan. No porque uno esté perdido, sino porque la identidad es un territorio vivo, siempre en construcción. Lo que un día nos llamó, al siguiente tal vez ya no nos nombra. Y está bien. No somos estáticos.
La pausa: un refugio necesario
Decidir no vincularse, aun sintiendo atracción, no es una renuncia al amor; es, muchas veces, una manera de recuperarse de él. El agotamiento emocional, las historias que pesaron más de lo que ofrecieron, la necesidad de escucharse antes de entregarse… todo eso también forma parte de la salud mental.
El silencio afectivo puede ser un acto de ternura hacia uno mismo.
Identidades que respiran
Hay quienes, en esa pausa, descubren partes de sí que habían permanecido dormidas: límites nuevos, expectativas más sanas, maneras distintas de conectarse. La distancia, lejos de ser un vacío, se convierte en un espacio fértil donde el corazón aprende a reorganizarse.
También existe el umbral de lo asexual
En ocasiones, el deseo se vuelve más tenue, más selectivo, más sereno. A veces aparece solo bajo ciertas condiciones, o simplemente deja de ser protagonista. La asexualidad y la demisexualidad no son diagnósticos; son paisajes válidos dentro de la diversidad humana, miradas que amplían la comprensión de lo que significa desear.
¿Y cuándo pedir ayuda?
Solo cuando la confusión duele, cuando la incertidumbre pesa o cuando los cambios afectan la vida diaria. Un acompañamiento profesional no intenta corregir lo que uno es, sino aliviar el malestar que a veces surge en el tránsito hacia conocerse de verdad.
En un mundo donde el amor se diversifica y las identidades se despliegan con más libertad, estos cambios no deberían interpretarse como señales de desequilibrio. Son, más bien, la expresión profunda de una realidad humana: todos estamos en constante evolución, incluso en lo que sentimos, incluso en lo que deseamos, incluso en lo que elegimos guardar para nosotros.