El dolor escondido en la oscuridad del alma

Salud y orientación
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Porque el dolor no desaparece cuando lo escondemos...

El dolor tiene una forma curiosa de comportarse: cuando lo miramos de frente, duele; pero cuando lo escondemos en lo más oscuro de nuestra alma, se multiplica. Creemos que lo enterramos, que al silenciarlo nos volveremos más fuertes, pero en realidad lo dejamos crecer en la penumbra, donde se convierte en un monstruo que tarde o temprano explota.

La psicología ha mostrado que las emociones reprimidas no desaparecen. Se encapsulan en nuestro inconsciente, alteran nuestro cuerpo, afectan nuestra mente y terminan manifestándose en enfermedades, ansiedad, depresión o conductas autodestructivas. Es lo que Carl Jung llamaba “la sombra”: aquello que negamos de nosotros mismos, pero que insiste en salir a la superficie.

El dolor no es nuestro enemigo. Es un mensaje. Nos habla de lo que nos falta, de lo que nos hirió, de lo que necesitamos soltar o perdonar. Cuando lo negamos, lo condenamos a repetirse una y otra vez. Pero cuando lo nombramos, cuando lo sentimos y lo procesamos con ayuda —sea terapia, diálogo honesto o escritura—, el dolor encuentra su cauce y se transforma en aprendizaje.

La sanación empieza con un gesto sencillo: atreverse a poner palabras donde antes había silencio. No se trata de anestesiarse ni de fingir fortaleza, sino de permitirse la vulnerabilidad de aceptar que hay heridas. Solo así dejan de sangrar en la oscuridad.

Porque el dolor no desaparece cuando lo escondemos, sino cuando lo abrazamos y lo dejamos salir a la luz.

Paty Coen

Revista Réplica