Muchos padres de familia no quieren abrir los ojos ante esta problemática. No huelen el alcohol en sus hijos...
Existe un problema progresivo en la sociedad que no es tratado con la atención debida. Su gravedad es peor de lo que se piensa. Nos referimos al alcoholismo. El porcentaje de jóvenes que han consumido dosis mayores a las “permitidas” es alarmante. Vemos en los lugares de entretenimiento a jóvenes, en muchos casos menores de edad, quienes pagan para acceder a los mismos. Es como el sueño dorado que ocupa sus mentes: estar dentro del antro de moda o del bar al que acuden todos aquellos que, para ellos, son alguien en la vida. Asisten con el solo fin de pasarla bien, ¿y qué se tiene que hacer para lograr ese objetivo? Tomar por lo menos cinco copas, ya sea tequila, ron o cerveza.
Muchos padres de familia no quieren abrir los ojos ante esta problemática. No huelen el alcohol en sus hijos. No perciben que sus vidas están siendo controladas por otra mano: la de todos los prestadores de servicios de entretenimiento, quienes envenenan a los jóvenes con la droga legal conocida vulgarmente como “chupe”. Este es el amigo íntimo de sus seres queridos, el cual controla el desempeño escolar, el desenvolvimiento personal y el estado anímico de todos aquellos que brindan una confianza desmedida al influyente líquido. Solo hasta que ocurre un percance de magnitudes colosales —una visita al hospital, un problema de golpes, un accidente automovilístico u otra situación grave— comienzan a preocuparse por consecuencias que, a veces, son irreversibles.
La revista Réplica, con el solo fin de informar a los padres de familia y a todos los miembros de la sociedad, entrevistó a un grupo de expertos en el tema, quienes nos orientaron de manera precisa y clara acerca de este gran problema social, visto, entendido y descifrado como algo no tan fuera de lo común para la sociedad mexicana.
—El alcoholismo es una enfermedad progresiva, incurable y, si no se atiende, en sus peores consecuencias, mortal— fue la primera respuesta del director general del centro de apoyo a personas que sufren alguna clase de adicción. Comenzamos la entrevista dentro de un ambiente acogedor y casero, nada que ver con lo que uno imagina de un centro de apoyo como este. Nos contestó las siguientes preguntas.
—¿Cómo han cambiado las cifras en cuanto a esta enfermedad? ¿Ha aumentado o disminuido?
—No tengo estadísticas, pues la población ha aumentado muchísimo. Lo que te puedo asegurar es que se han incrementado los casos de manera sustancial. En México, actualmente existen tres millones de alcohólicos; de dos a tres millones de ellos ya entraron en una etapa de dependencia.
—¿Cómo podemos prevenir a la juventud acerca de este mal?
—Con información. Que se enteren del daño que causa el alcohol, de los riesgos. Básicamente a través de fomentar valores. Uno de los principales problemas es la sociedad deshumanizada en la que vivimos, con valores equivocados. Hay una publicidad que te invita a caer en situaciones peligrosas. Por ejemplo, yo les he preguntado a los chavos: “¿Para ti, qué es un chavo con éxito?” Me han respondido: que termine una carrera, si la hace en el extranjero, mejor; que tenga una casa padre; que tenga una esposa o novia, o varias novias súper bien; que se pueda divertir. Nos han vendido conceptos muy vacíos. Un chavo que tiene un carro, en el momento en que se aburre, ya quiere otro modelo más caro, o más potente, o un carro y una moto. Acaba su carrera y no le satisface. Hay que fomentar valores que les permitan conducir su camino hacia otros destinos. Valores que los llenen: la disciplina, la honestidad, la honradez, mismas que nos han enseñado en casa, pero que no son tan atractivas, entre comillas.
—¿Existe un nivel de alcohol tolerable en los seres humanos?
—Cuando se estima que ya se tiene la enfermedad, es cuando ya es incurable. Simplemente en la manera en que tomamos, pudo haber existido un momento en el que, si hubiéramos dejado de tomar o moderado las cantidades, seguramente se habría eliminado el problema como enfermedad. El problema es diferente para cada persona. Hay una cantidad de mililitros en la que te puedes poner borracho. No hay una medida fija. Lo que te puedo decir es que entre más frecuente sea el consumo de alcohol, tu organismo va a desarrollar lo que se conoce como tolerancia, entonces vas a necesitar más alcohol cada vez. Hay que evitar consumir con mucha frecuencia.
—¿Cuándo podemos decir que una persona comienza a beber de más?
—Cuando empieza a tener problemas. Generalmente, la persona que busca ayuda es aquella que ya tuvo muchos problemas. Si tu manera de tomar te está provocando no cumplir con tus obligaciones, no alcanzar tus metas o no desarrollar tus actividades como tú las habías planeado, entonces ahí el alcohol te está causando problemas. Es increíble la cantidad de situaciones negativas a las cuales se enfrenta un alcohólico antes de aceptar su enfermedad. Tu mundo comienza a girar alrededor del alcohol. Por ejemplo, te invitan a una fiesta, lo primero que piensas es: ¿va a haber alcohol o no va a haber? Si vas al antro, lo mismo: ¿va a haber chupe o no va a haber chupe? Vamos a ver el partido: ¿con cervezas o sin cervezas? Todas tus actividades recreativas giran alrededor, no de tus cuates, sino del alcohol. Si hay alcohol, sí; si no hay, no.
Tú eres quien se debe dar cuenta de esto. A las personas el alcohol nos hace el mismo daño. Si estoy junto a la Madre Teresa de Calcuta y nos acabamos una botella, seguramente los dos llegaríamos a hacer una locura. Es totalmente normal. La obsesión consiste en la idea que tenemos los alcohólicos de que la regamos. Hoy me emborraché y me puse muy mal. Es la ocasión número cincuenta en que lo hago. Pero la mente del alcohólico siempre encuentra una justificación y un pretexto para pensar que la próxima vez no será igual: me pegó el aire, no comí bien, crucé el alcohol. Lo difícil es reconocer que tienes un problema.
—¿Qué acciones delatan a un enfermo?
—Hay características muy visibles. Te vas alejando de las cosas cotidianas de tu vida. Te alejas de tus sueños. Adicción significa estar a la orden de algo, al servicio de algo. El alcohol va a regir tu vida. Si querías ser deportista, dejas de asistir a los entrenamientos, bajas tu rendimiento, cambias de amistades, tienes actitudes violentas, estás a la defensiva. El alcohol es una droga, legal, pero a fin de cuentas es una droga. Tú le prometes a tu mamá que llegas a las 2 de la mañana, pero el reventón es tan bueno que llegas a las 5, o a los dos días. Aquí te entra la culpa, la impotencia de no haber cumplido. El alcohólico vive con mucha culpa. Responde a la defensiva.
—¿Qué les recomendarías a los familiares del afectado por esta enfermedad al darse cuenta de que su ser querido está en serios problemas?
—Una experiencia que hemos vivido los que nos dedicamos a esto es que, en muchos casos, las familias están enfermas también. Por necesidad, hay neurosis en el resto de la familia. La esposa cree que hablando con el esposo alcohólico, este cambiará; que si le da más cariño, cambiará; que si le dice al jefe que le llame la atención, cambiará. Pero, a pesar de todas las preocupaciones, el enfermo no cambia. La familia vive culpándose por lo que le sucede al adicto; el adicto no. Él ya está chupando y no le importa lo que pase. Se vuelven corresponsables, se echan la culpa. Estas personas ya están enfermas de alcoholismo, aunque no tomen. Nosotros les recomendamos que se atiendan, que acepten que es una enfermedad. Por ejemplo, si tú eres diabético, yo como tu padre no me voy a culpar de tu enfermedad. Hay que reconocer que es una enfermedad, y no va a quedar otra más que ser abstemio. No lo van a cambiar ni con sermones, ni con llantos, ni con chantajes. Es muy común ver a familias, sobre todo familias adineradas, que no dejan que el enfermo de alcoholismo sea responsable de su enfermedad. Para explicarme mejor: el muchacho tiene el tercer accidente de su automóvil, lo destruye totalmente, el seguro lo paga. La mamá y el papá lo regañan, pero a la semana le compran otro auto. ¿Cuándo va a entender?
—¿Quiénes son ustedes?
—Somos un equipo multidisciplinario. Nosotros proporcionamos las herramientas para que el adicto y sus familiares encuentren una solución al problema. Que el adicto deje de consumir y la familia se libere del problema, que puedan continuar con sus vidas.
—¿En qué consiste el tratamiento?
—En un internamiento de cuatro semanas, 28 días, se le conoce como modelo Minesotta. Los primeros días se hace una evaluación psiquiátrica para determinar si el paciente no tiene, además del problema de adicción, un problema mental como esquizofrenia o bipolaridad. Después se hace el diagnóstico médico y se determina si el paciente puede ser aceptado en el centro. Eso ocurre en los primeros tres o cinco días.
El tratamiento de desintoxicación consiste principalmente en sueros y antidepresivos, por corto tiempo, en lo que se estabiliza el paciente. La terapia de recuperación consiste en que el enfermo se dé cuenta de la problemática que lo ataca, que ya no puede, ya se enfermó. La única opción para él es la abstinencia.
En todos los núcleos o células sociales no a todos les afecta de la misma manera. Tenemos personas con predisposición adictiva: obsesivos compulsivos, como los que trabajan de más o los maratonistas, por ejemplo, quienes entrenan hasta 15 kilómetros diarios. Eso es excesivo.
A muchos nos ataca por el lado del alcohol. La personalidad del obsesivo compulsivo tiene la característica de no estar en paz. Siempre quiere hacer algo nuevo. Se aburre rápido. Difícilmente terminamos las cosas. Hay un hueco que no se ha llenado y, en muchos casos, se llena con el alcohol.
Una persona normal puede tomar y sentirse bien, pero si tomar es lo mismo que sentirse bien, entonces necesita el alcohol.
Al entrar aquí, no se trata de quitarle la droga y dejarlo en seco. Hay que sustituir por algo más. Hacerle ver que hay una manera diferente de vivir. Encontrando las causas que le hicieron beber de esa manera. Ese proceso durará toda la vida para arreglar toda esa problemática que tenía. Ese vacío del que te hablaba se llena entendiendo que hay otra forma de vivir. En el centro no somos religiosos, pero sí somos espirituales. Puedes creer en quien tú quieras, pero ese hueco existencial que traemos se va a llenar resolviendo los problemas pasados con tus padres, con tu actitud, con tu personalidad. Vas a ser quien se supone que tienes que ser.
Al terminar, el tratamiento dura un año más. Consiste en una junta a la semana de reforzamiento y después continuar toda la vida en Alcohólicos Anónimos o en algún grupo de apoyo.
—¿Nos podrían contar de algún caso impactante?
—Recuerdo tres casos en especial.
El primero que me estremeció fue el de un doctor de cincuenta y seis años que vivía solo con su mujer. Se retiró de su actividad y, en el momento en que se jubiló, comenzó a beber mucho. Un día, al levantarse, trató de despertar a su esposa y se dio cuenta de que no respondía, y no respondía, hasta que se percató de que había muerto. Conmocionado, llamó a la policía y a la Cruz Roja. En la autopsia que le practicaron a la mujer, determinaron que fue asesinada por estrangulamiento, y el único que estaba en la casa era el esposo. Él no recuerda lo sucedido. Ahora está en prisión.
Otro caso que recuerdo es el de un contador cuya compañía organizó la fiesta de fin de año. Él no tomaba mucho, pero ese día se le pasaron las copas. Al terminar la reunión, alrededor de las nueve de la noche, perdió el control del automóvil que manejaba y atropelló a seis personas en un puesto de memelas y quesadillas. Ahora cumple una condena de 33 años de prisión, todo por una noche de copas.
El último caso es el de un joven de 14 años. En esa casa no hay papá. El muchacho es el responsable del hogar. La señora trabaja para sacar adelante a la familia. El muchacho se encarga de pagar servicios, comprar cosas. Hace la vida de un niño normal, pero en sus carencias tenía ganas de divertirse más. Una vez le dijo a un amigo en la escuela que se le antojaba probar alguna droga. Comenzó probando cocaína: no le gustó. Después le volvieron a ofrecer y la probó otra vez. La droga lo cautivó. La mamá lo encontró con una intravenosa en el brazo, tirado en el suelo. Pudo salvar su vida, afortunadamente.
—¿Algo que quieran agregar?
—Si los jóvenes tienen la oportunidad de leer esta revista, que entiendan que esto no es un juego, que se pueden enganchar fácilmente al alcohol. Que no le busquen. No quiere decir que nunca tomen nada, pero que se midan y que se responsabilicen de sus acciones. Que piensen que en cualquier momento su vida puede cambiar de manera radical y así acabar con la tranquilidad de la familia. Pero también que, si se encuentran en una etapa crítica de la enfermedad, sepan que hay centros de rehabilitación donde los pueden ayudar a llevar una vida digna y tranquila, reencontrándose con ellos mismos y enderezando su camino.
La entrevista que usted leyó la realicé antes de la pandemia, como lo referí anteriormente. Muchas cosas han cambiado, sobre todo para los jóvenes y su forma de divertirse. Hoy considero que hay que estar más pendientes, pues el momento que vivimos causa ansiedad y desesperación. No solo los chavos pueden caer en alguna adicción durante esta etapa tan complicada: también los adultos jóvenes y los adultos mayores.
Los elixires líquidos son peligrosos: nos pueden engañar brindando una protección falsa. Hay que vigilar a nuestros hijos, no de manera esquizofrénica ni paranoide, más bien con una comunicación clara sobre las posibles repercusiones de este vicio tan normalizado. Y, sobre todo, dejarles claro y tener conciencia de que este vicio es el camino a codependencias infernales.
Hasta la próxima.