Y empezar, de una vez por todas, a querernos bonito...
Hay amores que duelen más que la soledad, y aun así insistimos.
Nos enseñaron que el amor era entrega, pero olvidaron enseñarnos los límites. Que el amor era perdón, pero no nos hablaron de dignidad. Que amar era luchar, pero jamás dijeron hasta dónde. Así crecimos, pensando que los amores intensos debían doler, que el sufrimiento era parte del contrato, que el caos emocional era una prueba de fuego.
Y no, no es así.
Hay relaciones que parecen un terremoto emocional: te sacuden, te trastornan, te desmoronan. Duelen. Agotan. Dejan huecos donde antes había calma. Y lo peor es que una se acostumbra. A la inestabilidad. A la ansiedad. A caminar con el alma hecha trizas, esperando el próximo mensaje, el próximo “te amo” que compense la última herida. Lo llaman recompensa intermitente. Yo lo llamo sobrevivencia afectiva.
En estos tiempos modernos —donde todo es rápido, efímero y reemplazable— también nos hemos vuelto consumidoras emocionales. Queremos amar bien, pero no sabemos. Queremos vínculos estables, pero venimos rotas. Queremos que nos entiendan, pero ni nosotras sabemos explicarnos. El caos interior se disfraza de intensidad. El miedo al abandono se viste de celos. La carencia se maquilla de pasión.
Por eso necesitamos un manual emocional. Uno sin fórmulas mágicas ni frases de autoayuda. Solo algunas verdades que ya sabemos, pero que nos cuesta aceptar:
- Si te duele más de lo que te hace bien, no es amor.
- Si tienes que pedir respeto, ya lo perdiste.
- Si esperas que cambie, estás apostando contra tu paz.
- Si solo eres feliz cuando la otra persona lo decide, eso no es vínculo: es adicción.
No se trata de dejar de amar. Se trata de aprender a amar sin destruirnos. De saber cuándo dar y cuándo soltar. De distinguir entre un mal momento y una relación enferma. De reconocer que el amor —el verdadero— es refugio, no campo de batalla.
Y sí, tal vez haya que romperse para aprender. Pero no quedarse ahí. No repetir el ciclo. No llamarle destino a lo que es un patrón. No confundir amor con apego, pasión con ansiedad, entrega con abandono propio.
Hoy más que nunca, en este mundo que grita y corre, necesitamos relaciones que abracen, que calmen, que nutran. Relaciones con raíces, no con fuegos artificiales. Amor con calma, no con adrenalina.
Porque ya es hora de dejar de romantizar el dolor.
Y empezar, de una vez por todas, a querernos bonito.